La muerte es el camino de la vida
que nos conduce a Dios y al Más Allá
y se adentra en los valles de lo ignoto,
poniendo en posesión de la Verdad.
Su hálito es divino, placentero.
Por más que nos congela el corazón
y abate la ilusión de los sentidos,
el alma nos libera del dolor.
Nos abre las compuertas de la Vida,
de la inmortalidad llevando al seno;
haciendo comprender que Dios existe
y es la fuerza motriz del Universo.
Morir es menos triste que vivir
llevando en vida muerto el corazón,
sufrir los sinsabores de la Vida
sin más luz de esperanza que el dolor.
Es retornar al seno de la Vida,
es alcanzar del alma el ideal;
es desvelar enigmas y misterios
y acercarse a la luz de la Verdad.
¡Hemos muerto y nacido tantas veces!…
que no debe imponernos el temor
de pasar por la muerte una vez más
para encaminarnos hacia Dios.
Cuando se vive en paz con la conciencia
y a Dios en los demás se sabe amar,
no debe entristecernos el morir,
que es dar hacia la luz un paso más.
Es volver al encuentro del pasado
para hacer más brillante el porvenir,
y unir un eslabón a la cadena
de nuestra evolución y bien sin fin.
Viviendo para el bien y la esperanza,
no dejando vencernos por el mal,
al dejar este mundo de tinieblas,
hallaremos en Dios consuelo y paz.
Seguiremos viviendo eternamente
en el seno del Bien y del Amor,
de las imperfecciones de la Vida,
una vez depurado el corazón.
